La Iglesia bizantina

Dividido el imperio, la Iglesia también comenzó a perfilarse por caminos diferentes. Esta parte oriental del imperio romano, más o menos a partir de la segunda mitad del primer milenio se vio sujeta a cambios internos como las herejías y los cismas, y los externos fueron todas aquellas amenazas y batidas persa, islámica, mongolas, búlgaras y magiares y las incursiones de los pueblos eslavos. 

Polémica religiosa y política 

Con la aprobación de la importancia de Constantinopla en el canon 28 del concilio de Calcedonia, al conferirle autoridad al obispo de consagrar a los metropolitanos de las diócesis del Ponto y las provincias de Asia Menor y Tracia, comenzaron los problemas porque ya Constantinopla poco contaba con Roma para solucionar las dificultades. En el fondo se capta la lucha por la primacía entre Roma y Constantinopla, la incomprensión de la situación de oriente y los intereses políticos. Todo ello se une a una sola realidad: el fortalecimiento de la Iglesia bizantina que solo tendría una relación formal con Roma por diferencias culturales y políticas. Se ve así la lucha de intereses creados, poder y autonomía. Por otro lado, según la concepción oriental, Roma estaba gobernada por un bárbaro, lo cual hería el sentido romano de aquella parte del imperio. 

El gobierno de Justiniano 

Los emperadores Justino I y Justiniano II desempeñaron con autoridad sus mandatos, lo que les trajo interminables problemas por su marcado ánimo de dirigir. La emperatriz Teodora tenía una manera diferente de gobernar, con esto surgen dos políticas: una a favor de los ortodoxos y otra a favor de los monofisitas. Estos dos emperadores mostraron un profundo deseo de acabar con el cisma acaciano, aprobando definitivamente a Calcedonia y restableciendo relaciones con Roma donde Hormisdas era el Papa (514-523). 

La alianza entre el Papa y el emperador creó dificultades. En el ámbito religioso y debido a la falta de influencia romana en Alejandría, la Iglesia egipcia terminó por separarse. 

Justiniano sucedió a Teodorico, quien dio inicio a un período particular en la Iglesia: “Un imperio, una Iglesia fuera de la cual no hay salvación ni esperanza en la tierra, y un emperador cuya solicitud es la salvación de esta Iglesia”; el emperador hace que todo dependa de él. Con esta actitud centralista se da el ascenso del pontificado, el proceso catequético y sacramentalizador, entre otras situaciones. La legislación eclesiástica de Justiniano regulaba la vida eclesial, de tal manera que el emperador servía a la Iglesia y ésta tenía que servirle a él. Así los obispos se vieron envueltos en tareas de representación al servicio del estado y a favor de la comunidad, lo que permitió que terminaran siendo señores feudales. En general las normas dadas por Justiniano fueron provechosas, y considerándose así mismo como sumo sacerdote, en el contexto de las relaciones Iglesia- estado, se convierte en el consumador del eclesialismo constantiniano. 

El camino hacia Constantinopla III 

Con Justino II (565-568) reverdeció el monofisismo con la publicación de un edicto que condenaba los tres capítulos y apareció la distinción mental de las dos naturalezas con lo que comenzó el monoenergetismo y el monotelismo. 

El concilio III de Constantinopla condena el monotelismo, reafirma los cinco concilios anteriores y define que en Cristo hay dos voluntades y dos operaciones para la salvación del género humano, concluyendo así un largo proceso de elaboración de la dogmática sobre cristo. Este concilio es fundamental por ser el punto final de un proceso de discusiones cristológicas, aclarando una serie de términos que provocaban algunas controversias y ofreciendo una dogmática cada vez más esquematizada. 

En el 692, el emperador Justiniano II (685-695; 705-711) convoco otro concilio en Constantinopla, el llamado segundo trullano, porque se reunió en la sala de los trullos del palacio imperial o quinisexto para integrar los dos concilios anteriores; solo trato asuntos orientales y en varios cánones mostró aversión hacia Roma. Con este concilio hay problema porque para oriente es válido pero para occidente no. 
Cf. PATIÑO, José Uriel. Historia de la Iglesia Tomo I. La Iglesia, comunidad e institución protagonista de la historia siglos I-VII, San Pablo, 3ª ed, Bogotá 2009. pp 201-211.

No hay comentarios: