Los primeros concilios cristológicos

            El concilio de Nicea (325) 

El primer concilio ecuménico fue el punto de llegada de un proceso anterior en el que la Iglesia buscaba la formulación del dogma trinitario y algunos elementos disciplinarios que tuvieran validez universal. 

Antes del concilio la Iglesia vivió la polémica trinitaria en cuyo contexto se inserta el arrianismo herejía que por no formular bien la encarnación del Hijo de Dios negaba su divinidad y eternidad al considerarlo como un semidios y demiurgo que se manifestaba en Jesucristo, porque es divino por participación y adicción al ser creado en el tiempo para servir como instrumento en la creación del universo; por estas afirmaciones también negaba el dogma trinitario. La presencia de esta herejía y las controversias que suscitó son fundamentales para entender la importancia del Concilio de Nicea convocado por el emperador Constantino hacia el 325. 

Entre sus objetivos estaban: solucionar el problema arriano, buscar la pacificación general y la organización de la Iglesia, limar la diferencia en relación a la celebración de la pascua, entre otras. Entre los Padres conciliares brilla con luz propia el entonces diacono Atanasio, uno de los más firme defensores de la ortodoxia de Nicea contra el arrianismo. El problema del fondo en relación a la fe era la cuestión de términos “homoousios” aplicado a Jesús, es decir, que él era consubstancial con el Padre que fue aceptado por algunos obispos presentes, entre ellos Arrio. 

         El concilio de Constantinopla (381) 

A este concilio se le debe que el resultado doctrinal de Nicea fuera asumido definitivamente como patrimonio común de las Iglesias en Oriente y Occidente; el primer punto que trató fue la organización de la Iglesia en Constantinopla, sometidas durante varios decenios a una línea oficial que comenzó a ser superada con la presencia de Gregorio Nacianceno. Después de tratar este asunto se abrió un paréntesis para afrontar la cuestión de los macedonios sobre la divinidad del Espíritu Santo que estaba siendo cuestionada por los pneumatómacos; en este contexto fue presentado un nuevo símbolo que seguía al de Nicea, pero agregaba elementos precisos para recalcar la consustancialidad del Espíritu Santo. 

Se habla del credo niceno-constinopolitano que es una gran paradoja: es el documento más significativo y enigmático en cuento que ninguna fuente del concilio habla de él; de toda manera los dos elementos más representativos que diferencias este símbolo del niceno son: la clausula “cuyo reino no tendrá fin”, dirigida contra Marcelo de Ancira, y algunas afirmaciones sobre el Espíritu Santo: “Señor y dador de vida, precedente del Padre, adorado y glorificado junto con el Padre y del Hijo”. 

           El concilio de Éfeso (431) 

El caldeado ambiente teológico del siglo que se vivía hubo un giro: de la cuestión trinitaria se pasa a la ala cristológica y en el contexto de la cristología se gestó el concilio de Éfeso después de superar algunos problemas arrianos y apolinaristas. 

Hacia el 428 Nestorio, de la escuela antioquena, asume la sede episcopal de Constantinopla llevando consigo la cuestión de la maternidad divina de María; a las ideas de Nestorio se le opuso Cirilo de Alejandría; ambos acudieron al Papa y en medio de esta controversia el emperador Teodosio II convocó el concilio en la neutral cuidad de Éfeso que fue presidido polémicamente por Cirilo. 

Este concilio fue convocado por Teodosio II, y duró del 22 de junio al 31 de Julio del 431; A pesar de los problemas que hubo ene l desarrollo de este concilio por las deficiencias humanas, se dieron algunos progresos cristológicos al aceptar el símbolo niceno y proclamar la maternidad divina de María (theotokos), propuestas por los obispos antioquenos. 

          El concilio de Calcedonia (451) 

El concilio de Éfeso no solucionó la cuestión cristológica, más bien ahondó los puntos de ruptura entre Alejandría, Antioquía y Constantinopla. En lo referente a la maternidad divina de María hubo una adecuada aproximación entre Alejandría y Antioquia. Durante los veinte años que median entre Éfeso y Calcedonia hubo una serie de tensiones entre estas sedes. El obispo Teodoreto de Ciro en su obra “el mendigo” puntualizó sobre las dos naturalezas de Cristo. 

León Magno apoyado por el emperador Marciano y la emperatriz Pulquería convocó el concilio de Calcedonia, donde Roma y Constantinopla estuvieron muy cercanos por la actitud política, bien llevado por el emperador Marciano que, salvo la polémica del canon 28(Constantinopla igual que Roma), produjo buenos resultados. 

Este concilio buscaba una solución doctrinal con dos principios de orientación: debía formular la fe para acabar la división (intención del emperador) y ser un tribunal académico (intención del Papa). 

En lo dogmatico este concilio, realizado cuando todavía seguían abiertas las heridas, permitió afianzar la cristología (una persona y dos naturalezas). Este concilio ayudó a la cristología y a la unidad eclesiástica entre Oriente y Occidente. Este concilio no contentó a los monofisitas y creó discordia entre sus defensores por rehabilitar a Teodoreto de Ciro. 
Cf. PATIÑO, José Uriel. Historia de la Iglesia Tomo I. La Iglesia, comunidad e institución protagonista de la historia siglos I-VII, San Pablo, 3ª ed, Bogotá 2009. pp 185 -198.

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