Situación Iglesia - imperio romano en los siglos IV - V


Con la obra de Diocleciano comenzó una nueva consolidación del imperio conocida como la tetrarquía; durante estos años hubo reformas en diferentes campos: la política, la administración, la milicia, la economía y la religión orientadas a mantener consolidado al imperio. Constantino fue aumentando su poder hasta que derrotó a Majencio en el puente Milvio; se adueñó de occidente y siguió presentando una tendencia de tolerancia religiosa, que se vio plasmada en el mítico edicto de Milán del 313. 

Respecto al edicto, en enero del 313, Constantino se reunió en Milán con su colega Licinio que controlaba el Ilírico y Panonia y, entre otros acuerdos importantes, decidieron renovar y dar plena aplicación al Edicto de Galerio del 311 por el que se ponía fin a las persecuciones contra los cristianos y se daba libertad de culto a los seguidores de la nueva religión. En realidad, tanto el Edicto de Galerio del 311 como su actualización por Constantino y Licinio en el 313, constituyen un manifiesto de tolerancia hacia todas las religiones, incluida la cristiana, que sin duda fue la más beneficiada, pero no la oficialización del cristianismo como religión imperial. Los motivos de Constantino fueron más de orden político que religioso. Él conocía la fuerza interior de la Iglesia y en el cristianismo descubrió la gran potencia constructora del futuro. Conocía también la fatal descomposición interna del Estado. El imperio era de estructura pagana y por eso mismo estaba en contradicción con las fuerzas más progresivas de la época, es decir, con el cristianismo, por tanto, el emperador vio que en la unidad del Dios cristiano era posible unificar el imperio. De este modo, y para conveniencia de los cristianos, en el marco de la política religiosa del imperio unificado por Constantino, estos tenían una posición privilegiada; prueban esto los cambios en el matrimonio, la lucha de gladiadores y la suspensión de la crucifixión como pena de muerte. Además, el emperador había abierto al cristianismo el camino de la vida pública, poniéndolo en situación de convertirse en religión del imperio, y de este modo, tanto por su íntimo impulso misionero como por el apoyo de los emperadores, la Iglesia fue poco a poco realizando esta tarea. 

Algunos apartes del texto del edicto de Milán dicen:

“Yo, Constantino Augusto, así como yo, Licinio Augusto, reunidos felizmente en Milán, para discutir de todos los problemas relativos a la seguridad y al bien público, hemos juzgado que debíamos ante todo regular, entre otras disposiciones a destinadas a asegurar, según nuestro juicio, el bien de la mayoría, aquellas en las que reposa el respeto a la divinidad, o sea, dar a los cristianos como a todos la libertad y la posibilidad de seguir la religión que han elegido, para que todo cuanto hay de divino en la celestial morada pueda ser benévolo y propicio a nosotros mismos y a todos cuantos se hallan bajo nuestra autoridad” 

A partir de estos acontecimientos, la Iglesia comenzó a ser el marco de referencia de la política religiosa del imperio, tanto así, que los Obispos y Jerarcas eclesiásticos ocupaban un lugar privilegiado en las celebraciones imperiales; sin embargo, el documento que verdaderamente le dio el pase de libertad a los cristianos constituyéndolos en la religión oficial, fue el “Cunctos populus” o edicto de Tesalónica del 28 de febrero del 380 con el que se establece definitivamente una nueva situación religiosa y política: la Iglesia pasa de la persecución a la protección oficial; los paganos y herejes son ahora perseguidos. 

Después de la muerte de Valentiniano (375) el imperio quedó en manos de sus hijos Graciano y Valentiniano II, pero regido por Justina; a la muerte de Valente, Teodosio asumió el poder en oriente y promulgó junto con graciano el decreto “Cunctos populus”, con el cual la causa imperial y cristiana se unieron definitivamente. De este modo, el Imperio romano en su totalidad pasaba a tener una nueva religión oficial después de muchos años de libertad de culto. El Panteón Romano se había complementado a lo largo de muchos siglos con los dioses, deidades y lares domésticos, con el culto a los propios antepasados e incluso con divinidades prerromanas que habían sido asimiladas tras el proceso de romanización en muchos lugares del Imperio. Todo esto debía ser ahora abandonado para abrazar el culto a una religión monoteísta y a las normas morales que la acompañaban, asegurando con ello la unidad del imperio. 

El edicto de Tesalónica dice lo siguiente: 

“Cunctos populos, quos clementiae nostrae regit temperamentum, in tali volumus religione versari, quam divinum Petrum apostolum tradidisse Romanis religio usque ad nuc ab ipso insinuata declarat quamque pontificem Damasum sequi claret et Petrum Aleksandriae episcopum virum apostolicae sanctitatis, hoc est, ut secundum apostolicam disciplinam evangelicamque doctrinam patris et filii et spiritus sancti unam deitatem sub parili maiestate et sub pia trinitate credamus. Hanc legem sequentes Christianorum catholicorum nomen iubemus amplecti, reliquos vero dementes vesanosque iudicantes haeretici dogmatis infamiam sustinere ‘nec conciliabula eorum ecclesiarum nomen accipere’, divina primum vindicta, post etiam motus nostri, quem ex caelesti arbitro sumpserimus, ultione plectendos”. (Anno 380 dies III Kalendas Martii Thesalonica, Gratiano Valentiano et Theodosio Augustis consulibus) 

En versión española sería: 

“Para los pueblos que el carácter de nuestra clemencia gobierna queremos legislar asuntos de religión, aquella religión que fue insinuada a los romanos, por el santo apóstol Pedro, la cual permanece hasta ahora, siendo seguida y confesada tal como la profesa el pontífice Dámaso y Pedro de Alejandría, varones de santidad apostólica. Esto es, según la doctrina apostólica y la doctrina evangélica creemos en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo el concepto de igual majestad y de la piadosa Trinidad. Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial”. (Año 380, 28 de febrero. Tesalónica. Graciano, Valentiniano y Teodosio, augustos cónsules). 

La Iglesia también tuvo que fijar su posición frente al sector social, donde se presentaban numerosas actitudes opresoras a ella. Frente al tema de ricos y pobres la Iglesia actuó, a pesar de su pobreza, organizando una especie de acción social y motivaba a los ricos para que fueran caritativos; el responsable de la acción social era el obispo. Aunque pueda ser una apreciación muy dura, no s e puede ignorar que en aquel entonces se dio un cambio radical en la Iglesia: el eje de la solidaridad fue desplazado por el eje político; se pasó de vivir la fe a establecer su formulación, expresando en conceptos técnicos lo que se vivía y creía. 

Las controversias cristológicas se ubicaban en torno a la divinidad y la humanidad de Jesús. Ahora el problema era formular la doctrina en torno a aquello de “las dos naturalezas” sin confusión ni detrimento de la divinidad y la humanidad. Junto a la cuestión cristológica existe otra no menos importante como es la de la Virgen María. 

Como eje para comprender el tema de la actividad misionera se deben tener presentes tres aspectos: la cristianización de la población, la metodología misionera y el contacto con pueblos que no hablaban la lengua del imperio. 

En Egipto la acción misionera fue realizada por obispos y monjes; entre los obispos brilló Atanasio quien desde Alejandría tomó la decisión de evangelizar y convertir el sur de Egipto. En Palestina también se dio la acción del obispo y monjes. Allí las misiones solo alcanzaron influjo hacia el siglo V; es muy probable que la presencia de los judíos, quienes defendían su legitimidad no permitía que las misiones fueran florecientes. 

A la India llegó en los siglos IV-V una buena cantidad de cristianos sirios que probablemente tuvieron contacto con los cristianos de Santo Tomás. Solo a través de la aplicación de los edictos de Teodosio a favor del cristianismo, particularmente el Cunctos populos se pudo incrementar el número de cristianos y diócesis. 

El recorrido hecho permite captar dos cosas: a partir del edicto de Milán se fortalecía la acción misionera al interior del imperio y se tomó conciencia de la necesidad de evangelizar incluso a quienes no pertenecían al imperio; esto daría a entender que la catolicidad fue vista por encima de la concepción política del imperio y las diferencias culturales entre oriente y occidente, entre el sur y norte. 

Cf. PATIÑO, José Uriel. Historia de la Iglesia Tomo I. La Iglesia, comunidad e institución protagonista de la historia siglos I-VII, San Pablo, 3ª ed, Bogotá 2009. pp 131-157.

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