El Monacato

En la concepción eclesial, esta palabra tiene su punto de partida en Jesús, el unigénito; los discípulos, los que siguen a Jesús y lo imitan. Originalmente se refería a uno solo que se retiraba a un lugar solitario; después se le aplicó al grupo conformado por las personas que se retiraban a lugares solitarios. En relación a su origen el monacato, entre nostalgia y realidad, lo propone el morir con Cristo a través de sacrificios y renuncias libres siguiendo los textos bíblicos hasta el punto que su vida pueda ser considerada como un martirio incruento ya que la vida en el desierto es una vida en  el vacío; el asceta vive el martirio en la renuncia al mundo porque la vida monacal es como una anticipación de la vida del paraíso. 

Como es normal toda obra tiene sus defensores y sus detractores; el monacato también fue atacado por el régimen romano porque lo veía como una actitud de aversión a la vida. 

         El monacato oriental 

Entre los lugares a los cuales solían retirarse están: la Tebaida, el desierto de Nitria al suroeste de Alejandría y las montañas cercanas a Edesa en Siria; entre los anacoretas se destaca Antonio quien, debido a la autoridad de su biógrafo, Atanasio, es llamado “Padre del monaquismo egipcio”. Si se busca el origen del monacato se pueden encontrar varias respuestas no cristianas de acuerdo a la historia de las religiones: los Katakhoi egipcios (junto al templo del dios Serapis), las corrientes filosóficas y religiosas del neoplatonismo y el neopitagorismo, el maniqueísmo oriental de influencia budista y la comunidad esenia de Qumran. 

         Egipto 

En esta región, la primera manifestación es el anacoretismo, cristianos que dejando todo optaban por vivir aislados (retirados), primero cerca a sus respetivas ciudades, después en los desiertos (eremitas), donde construía sus chozas (Kellia). Algunos de esos anacoretas se reunían en torno a un monje, a quien tenían por consejero y director espiritual. Entre los padres espirituales el más conocido es San Antonio (251-356), quien no solamente fue un carismático director, sino también un excelente monje porque practicó los rasgos esenciales del monaquismo: trabajo manual, oración, lectura de la Biblia y una particular lucha entre los poderes hostiles a Dios (el demonio, y el pecado). Este santo se convirtió para el pueblo en el modelo de una vida dedicada a Dios y a los hermanos. 

La segunda manifestación es el cenobitismo pacomiano. Pacomio (287-346), propuso la vida junto a otros monjes para tener mejores posibilidades de seguir adelante en el camino de perfección. Hacia el 320 se creó cerca de Tabbenisi un acomunidad de monjes cuyos miembros aceptando una regla, se comprometían a vivir bajo la dirección de un superior. La regla de Pacomio es sencilla, sin muchas teorías ascéticas, con bastante calidad religiosa y pocas formulaciones sugestivas; busca siempre el término medio entre las exigencias comunitarias y la libertad de los miembros. Con la aceptación de otros monasterios que deseaban vivir esta regla se originó la primera orden en la historia del monacato cristiano (hacia el 337). 

        Siria Palestina 

Aunque a finales del siglo IV ya se encuentran algunos rastros monacales en el Sinaí debido a las fundaciones hachas por monjes procedentes de Egipto, se puede decir, que su “edad de oro” comenzó con la fundación de un monasterio cenobítico por Justiniano. Palestina, la tierra santa, ejercía especial atracción para los monjes que fundaron allí las “lauras”. El monacato en Siria fue un fenómeno muy particular porque era un poco más radical que los otros monacatos orientales y muy apreciado por el pueblo. Según San Juan Crisóstomo el monacato es para los cristianos un signo de que el ideal evangélico se puede realizar radicalmente, que es posible anunciar con la pobreza y virginidad el mensaje escatológico del advenimiento del Reino de Dios y que los monjes han de estar dispuestos a renunciar a su ideal si la Iglesia necesita de su servicio. 

      Asia Menor y Constantinopla 

El monacato en Asia menor comienza siendo un movimiento radical que se sale del pensamiento eclesial. Uno de sus representantes es Basilio de Cesarea quien, convencido de que todo cristiano estaba obligado a una vida ascética conforme al Evangelio, fundó una comunidad en Annesi del Ponto; en relación con esta comunidad estuvo Gregorio de Nacianceno. Cuando se dio el aumento de monjes, hubo necesidad de dar normas como las de Asketikón según el cual el monacato tiene como ley fundamental el amor a Dios que exige una renuncia radical a un mundo que desprecia a Dios a través de la auto disciplina y la obediencia al superior. 

Sobre los comienzos del monacato en Constantinopla se habla de unos monasterios construidos en la ribera anatólica del Bosforo, hacia 395 y de la presencia de algunos monjes en la capital del imperio. La literatura hagiográfica atribuye al monje Isaac la fundación del primer monasterio en Constantinopla (hacia el 382), y el concilio de Éfeso reconoce al abad de este monasterio. 

                  El monacato occidental 

Cronológicamente es posterior al oriental y su estructuración puede datarse a partir de la segunda mitad del siglo IV cuando se intensificaron las relaciones entre Oriente y Occidente y se conoció la traducción latina la vida de San Antonio (360). Es importante tener presente que en relación al monacato hubo en occidente una mentalidad muy particular: unas veces eran despreciados por su presentación, otras fueron rechazados a causa de fuertes ayunos que hacían, que en oportunidades los llevaban a la muerte, y en otras oportunidades eran apoyados. 

       Italia e Hispana 

Roma conocía el ascetismo y lentamente se fueron creando grupos de ascetas que vivían un ritmo comunitario, en los que la presencia de algunas mujeres de la aristocracia no era extraña; cuando varias de estas damas se retiraron a sus posesiones, fuera de la cuidad, comenzaron a darse los primeros pasos hacia una vida conventual. 

En el resto de Italia existen algunas manifestaciones ascéticas aisladas antes de la presencia de los fundadores monásticos italianos como Eusebio de Vercelli, quien reunió el clero del templo episcopal en una vida común monástica siendo el fundador de la primera comunidad del clérigos en la historia de la Iglesia; Ambrosio de Milán, siempre atento a la vida monacal, tanto masculina como femenina, fundó un monasterio para hombres en las fueras de la cuidad. 

       Las Galias 

Por los testimonios históricos se supone la existencia de un ascetismo premonástico en las Galias. Las mujeres vivían consagradas en virginidad en sus casas y ocasionalmente en pequeñas comunidades. De los hombres son pocas las noticias que se tienen hasta que apareció Martín de Tours, quien es considerado como el fundador del monacato galo. Después de su muerte y la propagación de su doctrina y obras, se inició la segunda fase, el cenobitismo en el que la influencia del noble Honorato, nombrado obispo de Arles (hacia el 428) fue fundamental en el monasterio de Lerina. La tercera fase se ubica bajo la influencia de Juan Casiano quien después de estar en Oriente y Roma llegó a Marsella, allí el obispo Próculo le confió un templo donde fundó el monasterio San Victor. 

       Norte de África 

Desde el siglo III se conocía la existencia de vírgenes y continentes, hombres y mujeres que incluso dieron su vida durante las persecuciones; en el siglo IV su número continuó en aumento, la razón por la cual los sínodos de la época los trata con particular interés. 

La impronta agustiniana del monacato africano se encuentra en la regla conventual de San Agustín cuyo centro de gravedad es la unión de corazones para amar a Dios y a los hermanos a través de la armonía fraterna y la gozosa alabanza a Dios con mucha vida y con poco formalismo. La madurez monástica de San Agustín va al ritmo de su itinerario religioso en el que la actividad del espíritu y la penetración contemplativa de la revelación desempeñan un papel importante. Hoy, se puede decir que el monacato en el norte de África no existe, pues aunque esta región produjo teólogos de la talla de Tertuliano y San Agustín, los católicos en esta región son de gran escasez. 
Cf. PATIÑO, José Uriel. Historia de la Iglesia Tomo I. La Iglesia, comunidad e institución protagonista de la historia siglos I-VII, San Pablo, 3ª ed, Bogotá 2009. pp 169 - 180.

No hay comentarios: