La Iglesia en el marco del judeocristianismo

En los primeros años de la irrupción del cristianismo en el mundo romano, este era visto como un grupo intrajudío de renovación que se reúne en Palestina en torno a Jesús y que continúa hasta el año 70. Es posible dividir en varios periodos esta experiencia judeocristiana: del 30 al 36, los primeros pasos de la Iglesia; del 36 al 42, la organización eclesial; del 42 al 70, el ingreso de la Iglesia en el mundo helénico. 

El concilio de Jerusalén celebrado entre el 48 y el 50 para aclarar algunas cosas sobre el cristianismo tuvo a Santiago el menor, el hermano del Señor, como director, no obstante ello, Pedro es el jefe de la comunidad que allí se reúne. Esta reunión permite inferir que la experiencia judía marcó notablemente la experiencia cristiana de los primeros años; la única diferencia consistía en que el grupo de cristianos creía que el Mesías vino en la persona de Jesús. 


              Inicios de la comunidad cristiana y primeras persecuciones 

Los Hechos de los Apóstoles en los primeros trece capítulos narran la experiencia de los discípulos en Jerusalén y dentro de un ambiente judío. De acuerdo al texto bíblico, los cristianos tomaban conciencia de ser una comunidad particular con vida propia y reuniones frecuentes, donde se daban instrucciones que iban seguidas de la fracción del pan. (Hch. 2,42) 

Haciendo una reflexión sobre los capítulos uno a siete de los Hechos, que son los que se refieren estrictamente a los inicios se captan algunos elementos que son histórica y teológicamente importantes: la oración comunitaria es fundamental; la condición básica para pertenecer al grupo es ser testigo de la resurrección; la acción del Espíritu Santo crea una nueva realidad, la Iglesia; la comunidad dialoga con el ambiente que se encuentra, el cual se va universalizando a medida que los apóstoles se desplazan a diferentes lugares. A medida que pasan los años, aumenta el número de miembros de la comunidad, aparece la tensión entre los cristianos y el mundo judío y comienza la persecución y la ruptura; el martirio, es decir, el testimonio, era una ocasión de fecundidad evangélica. 

Al tiempo que se daban dificultades al interior de la comunidad, también se comenzaron a presentar problemas desde afuera. Tal es el caso de las persecuciones. La primera persecución fue contra la Iglesia de Jerusalén y se desató después del martirio de Esteban (Cf. Hch 6ss), sin embargo, esto condujo a la expansión del cristianismo porque algunos cristianos al huir de Jerusalén llegaron a Palestina y Siria donde predicaron el evangelio. La segunda persecución fue contra los discípulos y condujo a una nueva expansión de la Iglesia. En el año 42 Herodes Agripa hizo asesinar a Santiago el Mayor y encarcelar a Pedro. 

Con las persecuciones el cristianismo se extendió por otros lugares, es decir, salió de Jerusalén, llegando a Arabia, Fenicia, Celesiria, Adiabene, Osroene, Galilea, Samaría, creando centros cristianos como Damasco, Antioquía, Cilia, Siria, Chipre, Asia, Macedonia y Acaya.

Cf. PATIÑO, José Uriel. Historia de la Iglesia Tomo I. La Iglesia, comunidad e institución protagonista de la historia siglos I-VII, San Pablo, 3ª ed, Bogotá 2009. pp 43-44